14 de enero de 2013

ENCIENDE UNA LUZ

Ella trabajaba de noche y siempre hacía el mismo recorrido para volver a casa. Siempre a la misma hora. Menos ese día. Ese día se quedó a desayunar y llegó más tarde a casa. Como siempre hacía antes de irse a dormir, repasó los primeros titulares del día, pero uno le hizo detener el cursor: “muere una taxista de 31 años en un accidente”. En el mismo sitio por donde ella pasaba cada día, a la misma hora. 
Al día siguiente, volviendo a casa, se fijó en la esquina donde sucedió el accidente y vio un pequeño ramo de flores. Lo miró detenidamente mientras duró el semáforo en rojo. Y pensó lo que puede cambiarte la vida en un solo segundo, en un solo instante. El semáforo se puso en verde, arrancó, y siguió hacia su casa. La semana siguiente volvió a mirar esa esquina, esperando ver ese ramito de flores, un obsequio o un recuerdo. Pero no había nada, sólo un muro de piedra totalmente vacío. Y ella sintió pena. Porque existimos mientras alguien piensa en nosotros. Siempre había pensado eso. Pero de repente un taxi paró en doble fila y bajó un hombre del coche. Él empezó a correr hacia el otro lado de la calle, aprovechando que el semáforo estaba en rojo. Llevaba algo en sus manos. Se agachó, encendió una vela y la dejó en ese muro, en esa esquina. Ella suspiró, arrancó la moto y se fue a su casa. 


(Aún mira esa esquina cada vez que vuelve a casa).