19 de julio de 2012

SOBRE LA VOCACIÓN


O sobre cómo la vocación puede ser inversamente proporcional a la desilusión, la desidia y el hastío.
Siempre, de toda la vida, he mirado a la gente con vocación con ojos de admiración. Con esa clase de mirada que sólo se regala a quien se la merece. Se percibe enseguida pero de una manera muy sutil. Es tan gratificante ver a alguien con ese don… Porque es un don. No todo el mundo puede decir que tiene vocación. Que hace eso y no otra cosa porque es lo que siempre quiso hacer. Porque le llena. Porque se despierta cada día con una sonrisa. Y porque no le importa que su futuro sea de alquiler y que toda sus pertenencias quepan en un par de cajas. No le importa porque sonríe cada día, y no sólo a final de mes, como hacen la mayoría.
No entienden de horarios de oficina, ni de pagas extra, ni de grandes ovaciones por el trabajo realizado. Se bastan y contentan con el puro placer de poder hacer lo que más desean.
Es una especie protegida, porque ya casi no quedan. Están en peligro de extinción. Y no quedan porque no se les cuida. No se les protege como deberían. Es más, la gente los mira de reojo y con desconfianza, porque ‘con la que está cayendo’ uno no puede permitirse tener vocación. Sólo llegar a final de mes con algo que te satisfaga de momento, que te cubra las espaldas y tape este o aquel agujero de turno.
Lo que la gente no entiende es que las personas con vocación no lo son (somos) por elección. Y por supuesto que podemos trabajar de cualquier cosa. Todos lo hemos hecho y todos, ahora más que nunca, lo acabaremos haciendo.
Es algo parecido al amor. Y no digo al enamoramiento, que es pasajero y momentáneo. Hablo del AMOR. En mayúsculas. Esa sensación de no poder vivir sin la otra persona. De estar en otro lugar, rodeada de muchas personas… y sentirte sola. Sentir que te sobra gente y te falta aire. Puedes fingir que todo va bien, que no echas de menos con todas tus fuerzas a esa persona… Que no te acuerdas de ella con cada café por la mañana y cada vez que apagas la luz de la mesita de noche. Y puedes seguir llevando a cabo, más o menos, tu rutina más monótona. Ocultando la añoranza bajo algo de corrector en las ojeras y alguna copa de más.
Seguramente es un deporte de riesgo ser una soñadora con los tiempos que corren, con la que está cayendo y con la que se avecina. Pero para mí, como ya he dicho, la vocación es otro tipo de amor. Y como todos los amores del mundo, habidos y por haber, no entiende de condiciones, de peros, ni de por qués. Es, simplemente, incondicional. 
Que nos recorten todo… Menos la sonrisa. Y las ganas de sonreir.