17 de febrero de 2011

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Odio cuando la vida, mi vida, puede explicarse con signos de puntuación.
Qué simple, no? Qué corto, breve, conciso.
Para que luego digan que la vida es complicada o que explicar de qué va esto de vivir es difícil.
Hay momentos que no sabes exactamente hacia dónde va tu vida, tu historia o eso que pensabas que estabas construyendo, día a día, minuto a minuto. A esos les llamo los momentos interrogante. No sabes nada. Ni quieres saberlo. Todo te lleva hacia una pregunta que dará lugar a otras preguntas que se van ramificando y creciendo. Incluso enredándose a veces.
En cambio hay otros momentos en qué todo va deprisa, a 180km por hora, sin frenos y sin embrague. Sólo acelerador. Es el momento de las sensaciones, emociones, experiencias, aventuras. Los para mí llamados momentos exclamación.
Pero luego hay dos momentos que son terribles. Más difusos y complicados.
El primero se da cuando divagas. Fluyes sin saber muy bien por qué ni hacia dónde vas. Pero vas haciendo. Crees que tienes una meta pero no lo tienes claro. Es como una etapa de transición entre otros dos momentos. Son los momentos paréntesis. Un conjunto de ratos de reflexión e introspección. Un viaje a ninguna parte.
Y el último es el más ambiguo. Los puntos suspensivos. Eso sí que es complicado. Porque ni es, ni deja de ser. Se supone que es la continuación de algo que por el momento no puede ser puntuado con una coma o un punto y seguido. Es una puerta abierta a la incertidumbre. Al 'ya se verá'. Al 'dejemos que lo decida el tiempo'. Pero es que a veces el tiempo es muy cruel. Por eso no me fio nada de los puntos suspensivos. Porque es jugártelo todo a un 50% de posibilidades. Aunque imagino que de eso va la vida. De jugártela y, a veces, de arriesgarlo todo a una sola carta.
Aunque da miedo. Da mucho miedo pensar que detrás de esos puntos suspensivos dubitativos pueda llegar la madre de todos ellos, el más temido, cruel y doloroso: el punto y final.
Pero siempre me ha traído suerte el 3. Para mí es un número mágico. Así que seguiré apostando por él. Y por mí. Y por que estos puntos suspensivos sean, muy pronto un punto... y seguido.

14 de febrero de 2011

LUGARES


Creo que uno de los placeres más grandes desde que el mundo es mundo es observar. De hecho, es algo que hacemos continuamente, a veces sin querer, otras intencionadamente. ¿Cuántas veces hemos observado alguna escena (en el metro, por ejemplo) y hemos reconstruido la escena mentalmente? "Claro, ella está triste porque él es un cabrón que seguro que la trata fatal y ahora le está pidiendo perdón y luego ella le perdonará y se reconciliarán y blablabla". Sí, definitivamente el metro es uno de esos lugares donde se puede observar y, ojo, ser observado. Porque también se ha dado el caso de estar sentado en el metro, y la persona que está justo delante tuyo te está mirando pero justo cuando le miras tú aparta rápidamente la mirada. Pero no nos engañemos, cuando vuelvas a girarte volverá a mirar.
Después está otro lugar, a mi entender bastante distinto, que es el ascensor. Aquí la historia cambia. Al ser mucho más estrecho el espacio compartido las miradas no se cruzan. Sino todo lo contrario. De hecho, normalmente las miradas sólo se cruzarán dos veces y por educación: con el 'hola' y con el 'adiós'. El resto del 'trayecto' se buscan puntos muertos de visión como la pared del ascensor, el techo, o directamente dando la espalda al vecino y mirando de frente la puerte, como quien quiere huir a toda prisa.
También están los parques, avenidas, ramblas y otros espacios donde la gente, se mira pero no se ve. Todos van más a su aire, sin prestar excesiva atención a lo que ocurre alrededor. Se trata de un momento de desconexión.
Todo esto son lugares, o lugarillos, así en pequeño y en minúsculas.
Pero luego están los LUGARES, sitios donde ocurren muchas cosas y muy distintas a la vez. Se dan distintas situaciones que provocan una mezcla entre pena, cariño, ternura, nostalgia... Esos sitios, para mí, son los aeropuertos.
No sé si es por el hecho de que sea 'tierra de nadie', o por la mezcla de idas y venidas, pero a mí el aeropuerto es un sitio que siempre me ha fascinado. Es más, me gusta ir a acompañar a alguien porque si eres tú quien te vas te pierdes la esencia de los momentos. Me gusta pedir un café con leche caliente y sentarme en la barra de cualquier bar donde se vea bien todo.
A mi derecha, una niña de unos 5 años llora desconsoladamente a 10 metros, dos ancianos dicen adiós con la mano y le tiran besos.
Y a mi izquierda, una chica que lleva una maleta enorme va algo perdida, como buscando algo o alguien. De repente, se para, deja caer la maleta al suelo y aparece un chico que corre desesperadamente hacia ella. Y se besan. En uno de esos que duran más de un minuto. Uno de esos que son de verdad. Y sonrío. Y ellos se miran, y también sonríen.

Feliz día del amor, aunque éste debiera ser todos los días.

1 de febrero de 2011

ECHAR DE MENOS


De repente me doy cuenta de que todo se ennublece y que el ruido se va diluyendo.
Hay gente que está hablando pero no entiendo lo que dicen, no sé de qué hablan, pero tampoco me importa.
No sé exactamente cuánto rato hace que no pestañeo ni dónde estoy mirando. Supongo que ni aquí ni allá, al infinito. Miro pero tampoco veo. Estoy aquí pero, en realidad, estoy en otra parte. En otro tiempo. Con otra gente. Ni siquiera yo soy la que soy ahora.
Algo me ha transportado a ayer, anteayer o quizás algunos años atrás. Y entonces empiezo a sentir un cosquilleo en el estómago que me sube por las costillas y llega hasta el cuello para acabar cogiendo forma de nudo, lazo o enredadera. Las manos y los pies se me adormecen con un desagradable hormigueo. Y mi respiración cada vez es más lenta.
Es curioso recordar y echar de menos, ¿verdad? Parecen dos cosas distintas pero, al fin y al cabo, las dos tienen algo en común: la pérdida. Pérdida de familia, amigos, pareja, casa, trabajo...
Pero no tiene porque ser algo negativo. Es algo, por decirlo de alguna manera, agridulce.
No es nada fácil echar de menos, porque es asumir que en tu vida falta algo que en su día fue muy importante.
No me lo había planteado nunca pero aunque echar de menos y recordar, en mi opinión, vayan unidos, creo que uno es primero que el otro.
Yo creo que primero recuerdas algo o a alguien y, en el momento de recordarlo, si caes en la cuenta de que ya no tienes ese algo o alguien en tu vida, es en ese preciso instante cuando empiezas a echar de menos. Es como un proceso en cadena o algo así.
Pero hay muchas formas distintas de echar de menos y algunas son muy complicadas.
Para mí, una de las formas más difíciles de echar de menos es la que se acerca a lo que llamamos nostalgia. Y, como decía, normalmente echamos de menos o tenemos nostalgia de cosas que hemos tenido o nos han pasado pero ahora, por diferentes motivos, ya no tenemos.
Pero ¿y cuando echas de menos algo que jamás has tenido y que, seguramente, nunca jamás vayas a tener? Lo sabes, eres consciente, pero aún así lo echas de menos. Supongo que esto está más cerca del 'quiero y no puedo' o el 'debo pero no quiero' que de la nostalgia. La nostalgia creo que siempre implica pertinencia.
Pero sucede que a veces, por algun motivo echas de menos algo que no deberías, porque nunca lo has tenido. Y si nunca lo has tenido deberías echarlo de más.
- Oye! En qué piensas?
- Estaba echando de menos... a mi manera.