5 de julio de 2011

MIÉNTEME


Mentimos. Es un hecho. Mentimos todo el tiempo. Mentimos a los demás y nos mentimos a nosotros mismos. Incluso a veces no somos conscientes de que estamos mintiendo y, aún así, lo hacemos.
Mentir es sano. Inevitable... necesario. Necesitamos mentir de vez en cuando porque hay verdades que no estamos dispuestos a asumir. O simplemente aún no estamos preparados para asumirlas. Entonces, entretanto, mentimos.
A veces son pequeñas mentiras sin importancia. Pequeños parches para tapar pequeñas cuestiones que nos incomodan, molestan o inquietan. Y en vez de intentar enmendarlas, las cubrimos. Como el paleta que en vez de arreglar un destrozo hace una chapuza provisional, sobre la marcha y de momento.
Otras veces, en cambio, son mentiras grandes. Tan, tan grandes, que son escandalosas. Como un globo que hinchas a pleno pulmón y ves como cada vez es un poquito más grande. Y nunca es suficiente. Porque cada soplo de aire te hace pensar que el globo puede aguantar un poco más. Puede ser un poco más grande. Y vas soplando y soplando y el globo efectivamente se hace más grande. Y más grande. Y más grande. Y cuando crees que ya no puede hincharse más sólo temes una cosa: que te acabe explotando en la cara.
Pero vuelvo a la primera premisa: todos, absolutamente todos mentimos. O hemos mentido alguna vez en nuestra vida. O mentiremos en algún momento.
Así que asúmanlo, reconózcanlo y un consejo: Úsenlas con precaución. Y, en caso de duda, consulten a Pepito Grillo.