9 de febrero de 2010

SOBRE FINALES IMPOSIBLES


Como diría la madre o abuela de turno: "la niña nos ha salido rebelde". Pues sí, oye. Después de toda una vida bebiendo de los finales que nos ha vendido Disney, donde la princesa se casa con el príncipe azul y comen perdices para siempre, hoy me permito el lujo de proponer un final alternativo, que no tiene por qué ser feliz (ni tampoco triste).

Tengo que reconocer que no me gustan los finales edulcorados. Prefiero algunos aspectos más humanos: el riesgo. La duda. El ¿y por qué no? La inquietud...

Me encanta pasarme la vida planteandome la imposibilidad de lo que creo que en otro tiempo, otro momento u otro lugar hubiese podido ser posible. Pero, por cosas de, llámale destino, llámale lavidaquetehatocadovivir, estás justo en este tiempo, en este momento y en este lugar. Y, ni más ni menos que por todos estos factores, no es posible.

Pero... ¿nunca os ha pasado que os habéis planteado algo que en un momento determinado os parecía imposible y que, conforme ha ido pasando el tiempo, has ido consiguiendo? ¿no se le podría llamar a eso, entonces, alcanzar la posibilidad de lo imposible?

Parece que es justo en el momento en que algo te parece imposible o que alguien te dice que es imposible (prohibido, inalcanzale, sagrado, blablabla) cuando te resulta atractivo. Entonces te planteas la posibilidad de hacer posible aquello que consideras imposible. Aunque... en el momento en que la imposibilidad de hacer alguna cosa te muestra una sola posibilidad de romper las reglas, es ésa imposibilidad igual de atractiva?

Si juegas con fuego, puedes quemarte. Si te saltas las reglas del juego, corres el riesgo de ser expulsado. Toda acción conlleva un riesgo (llámale sanción). Pero eso no significa que sea imposible. Posible es. La cuestión está en si correr el riesgo de apostar, teniendo en cuenta que puedes perder. Siempre se trata de eso: perder o ganar.

Sí, me van los finales imposibles. O dí que simplemente me gusta complicarme la vida.