4 de octubre de 2010

PARA SIEMPRE DE MOMENTO


Apenas hace dos semanas que empezó el otoño y sin embargo parece que sea primavera, esa que dicen que la sangre altera. Esa misma que da picores, alergia, atontamiento generalizado y que incluso puede provocar algo llamado "trastorno afectivo estacional".
La cuestión es que esta primavera, la que aparece por sorpresa en el pleno otoño, amenaza con quedarse. Supongo que eso explicaría la alergia, dolor de cabeza, mareos y rechazo en general que hoy en día dan expresiones como "tener una relación", "para siempre", "ir en serio" y la madre de todas ellas: la palabra COMPROMISO.
Eso es justo lo que dice Zygmunt Bauman. Según este pensador "hay un tránsito de una modernidad «sólida» –estable, repetitiva– a una «líquida» –flexible, voluble– en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos. Hay pues, también, una renuncia al pensamiento y a la planificación a largo plazo: el olvido se presenta como condición del éxito.Este nuevo marco implica la fragmentación de las vidas, exige a los individuos que sean flexibles, que estén dispuestos a cambiar de tácticas, a abandonar compromisos y lealtades".



"Vivimos en un contínuo fluir, demomenteando"



Y esa falta de compromiso es aplicable a absolutamente todos los campos. Lo sólido da miedo. Lo fijo. Lo estable. Lo duradero. Ya lo dice el guionista Albert Espinosa, que "la única minusvalía es la emocional". Y qué verdad tan grande.
Vivimos en un contínuo fluir, demomenteando. Trabajar de lo que sea para, con suerte, llegar a los mil euros a fin de mes. Salir de fiesta, pagando copas a precio de botellas, para conseguir robar un beso, quizás dos. Pagar cantidades desorbitadas por pisos de treintaypocos metros cuadrados, eso sí, Ikea te lo decora monísimo a precio de coste. Estar con alguien hasta que se vaya la magia, o las ganas, o el apetito sexual, o el dinero, o todo junto, y que tal persona te recuerde el famoso 'carpe diem' y el odioso 'ya te lo dije'. Viajar aquí y allí, con compañías low cost, bueno, bonito y rápido. Que el tiempo vuela (y nunca mejor dicho). Vivir hoy como si no hubiese mañana.
Y entre tanta alergia a lo duradero e incluso definitivo a una le entran ganas de aferrarse a algo, lo que sea, a bajar de este barco que entre tanta ola empieza a dar mareo, a llegar a (buen)puerto y tocar tierra. A que suene el despertador un domingo por la mañana y tener a alguien al lado, sin resaca de un sábado demasiado largo y sin pegotes de rimmel. A cumplir años sin que dé pereza. A vivir, sí, pero todo a su tiempo. Que 'las cosas de palacio van despacio', dicen.
Será que soy una romántica, o una cabezona, o las dos cosas a la vez, pero es que me da una rabia terrible saber que cuando tengo algo, tarde o temprano lo perderé.
Ojalá hubiese más cosas que fuesen para siempre. O como mínimo que este 'de momento' durase un poco más...



Foto: Faro del Fin del Mundo, situado en Argentina. Julio Verne se inspiró en él para escribir su novela "El faro del fin del mundo". Os dejo un fragmento de la novela:


"Ya ves, buen mozo, que no estamos a bordo de un barco al que la borrasca zarandea; y si es un barco, está sólidamente anclado a la cola de América...
Convengo en que estos parajes no tienen nada de buenos; que la triste reputación de los mares del cabo de Hornos está bien justificada y que los naufragios menudean... Pero todo esto va a cambiar, Felipe: Aquí tienes la Isla de los Estados con su faro, que todos los huracanes no lograrían apagar. Los barcos lo verán a tiempo para rectificar su ruta, y guiándose por su claridad se librarán de caer en las rocas del cabo San Juan, de la punta Diegos o de la punta Fallows, aun en las noches más obscuras... Nosotros somos los encargados de mantener el fuego, y lo mantendremos...
La animación con que hablaba Vázquez no dejaba de reconfortar a su camarada, que acaso no miraba tan de color de rosa las largas semanas que había de pasar en aquella isla desierta, sin comunicación posible con sus semejantes, hasta el día que los tres fueran relevados. Para concluir, Vázquez añadió: —Ya ves, desde hace cuarenta años estoy recorriendo todos los mares del antiguo y nuevo continente, de grumete, de marinero, de patrón... Pues bien, ahora que ha llegado la edad del retiro, yo no podría desear cosa mejor que ser torrero de un faro: ¡y qué faro! ¡El faro del Fin del Mundo!".