La vida consiste en eso. Abrir y cerrar ciclos. Nacemos, crecemos, nos enamoramos, sufrimos, somos felices... pero nada es para siempre. Ni lo bueno, ni malo. Parece muy obvio, pero hay que tenerlo en cuenta. Porque los momentos buenos nos parecen fugaces; cuando nos divertimos y disfrutamos, parece que el tiempo pase en milésimas de segundos. En cambio, cuando lloramos, sufrimos, nos angustiamos, el tiempo parece eterno. Las agujas del reloj no giran, avanzan lentamente, muy lentamente. Pero ninguna de las dos cosas son ciertas. Ni lo bueno dura poco ni lo malo dura mucho. El tiempo, es el tiempo y nada más. Supongo que hacerse mayor consiste en eso, en ser consciente de cuánto llevas aquí y de cuánto tiempo te queda. Vivimos cómo si nuestra finitud fuese una utopía, un sueño. Nos dedicamos a aplazar y posponer todos nuestros planes porque "qué mas da, ya lo haré mañana". Pero... ¿y si no hay un mañana? ¿Por qué no hacemos hoy lo que podemos dejar para mañana?
No hay nada más absurdo que dar vueltas y vueltas sobre un mismo círculo, básicamente porque siempre acabas pasando por el punto inicial. Yo creo que es mejor andar en línea recta, porque si vas en una dirección fija, lo más normal es que encuentres un destino, una meta. Pero a veces, más que el punto de llegada, lo importante es el viaje. Para esto hay que llenar la mochila sólo de las cosas imprescindibles, cosas que te ayuden a crecer y a cerrar círculos. El rencor, el odio y el pasado, pesan demasiado.